Fuente: Salamanca 24 Horas

El director del Instituto de las Identidades de Salamanca, Francisco
Blanco, ha sido el encargado este año de ofrecer el pregón de Semana
Santa en un abarrotado teatro Liceo, engalanado para la ocasión. Un
discurso donde el etnógrafo y escritor, bajo el título ‘Volver a la
verdad’, ha querido reivindicar la religiosidad popular como un
sentimiento, una manera de expresión del pueblo. Y ahí, la ciudad de
Salamanca, confiere a la Pasión un escenario único. De hecho está
declarada como Fiesta de Interés Turístico Internacional.
“Había una vez, en los confines del mundo, un hombre solo. Era, en
aquel reino de soledades, el último de su estirpe; rey y súbdito a un
tiempo, principio y fin de su propia libertad. Pero estaba solo“. Con
estas palabras comenzó el pregón Francisco Blanco para asegurar que “el
hombre que mira de frente a otro hombre se redime en la verdad.
Aquel que se reconoce en su propia mirada, conquista la verdad última
sobre la que se construye el resto del universo: la verdad de sí
mismo”.Por eso, recordó que “tal vez hemos olvidado que la primera y más
universal de las redes sociales fue tejida hace dos milenios a través
de la palabra viva del hijo de un carpintero de Nazareth”. Y quiso
ofrecer al público “un latido de Semana Santa que quiere huir de la
frivolidad del mundo y que es fruto de la curiosidad, la observación y,
sobre todo, del amor rendido sin condiciones a Salamanca, su historia y
su cultura, su espiritualidad de profundo arraigo popular y
tradicional”.
Para el director del Instituto de las Identidades, la Semana Santa
salmantina es un acontecimiento cultual y cultural, pues afecta al culto
pero atañe también a la cultura. “En los últimos años he oído con
frecuencia voces maldicientes en contra de la tradición y las raíces,
como si por fuerza tuvieran que ser enemigas del avance del hombre. Y no
he podido dejar de dolerme nunca de la rabiosa e ignorante estridencia
de esas voces“, explicó.
Ante ello, puntuliazó que “sin pasado, el presente y el futuro son
una entelequia, algo imposible. Sin raíz no hay árbol que aguante el
vendaval. Éstas son verdades esenciales. Y la Semana Santa salmantina
tiene un futuro pleno de esperanza y esplendor, si no renuncia a las
raíces. Lo dice el pregonero, a quien se le han conferido facultades
para anunciar lo por venir”.
Religiosidad popular
La Semana Santa está cargada, para el pueblo, de lo que los
antropólogos llaman hierofanías, es decir, de actos de manifestación de
lo sagrado, continuó. “Si no fuera así, no se entenderían las hojas o
palos de laurel formando cruces en las puertas y los ramos benditos del
Domingo de Ramos en las ventanas y balcones de nuestros pueblos y
ciudades. Les ha sido confiada la protección de los accesos al templo
del hogar de un mal que se conjuga en plural pero se sufre en singular:
espíritus malignos, brujas, rayos y centellas... Tampoco entenderíamos
el uso de las velas que alumbran el monumento para proteger de las
tormentas y localizar ahogados en los ríos. Resultaría imposible
justificar la recolección de piedras el Viernes Santo, durante los
oficios religiosos, para poder arrojarlas al tejado cuando se presenta
un nublado amenazador y quedaría suspendida en el limbo del estupor la
creencia de que los saludadores, o curanderos especializados en tratar
la rabia, disfrutaban tal gracia por haber nacido en este mismo tiempo
sagrado del Viernes Santo. Tampoco hallaríamos sentido al uso del agua
bendita que se repartía el Sábado de Gloria para bendecir alcobas y
cuadras del ganado, evitando de esta manera influencias indeseables”.
Pero la religiosidad popular reclama permanentemente claves
materiales, tangibles, para una interpretación y comprensión correctas.
“Nuestra Semana Santa se descifra tanto en el uso callejero de su
imaginería como en el aparato escénico de algunas prácticas en desuso;
pongamos por caso las tinieblas, aquella eficaz demostración de liturgia
popular con efectos especiales para remedar el temblor del mundo cuando
Cristo expiró, y que amedrentaba nuestra infancia”.
Al respecto, añadió que el pueblo es cercanía y la religiosidad
popular necesita aproximar el hecho religioso a la realidad cotidiana,
integrándolo en la familiaridad del día a día más reconocible. “La
Pasión es comprendida mucho mejor por el pueblo cuando la acerca a su
propia experiencia y la mira con el cristal de la vida misma del hombre
de nuestro campo, asociándola por ejemplo, para así mejor sentirla, a
los aperos de la actividad agrícola”.
De ahí que se arrancase con unos versos del folklore musical:
El arado cantaré
de piezas lo iré formando
y de la pasión de Cristo
misterios le iré explicando.
El dental es el cimiento
con que se forma el arado
pues tenemos tan buen Dios
y amparo de los cristianos.
La telera y la chaveta
ambas y dos hacen cruz,
consideremos cristianos
que en ella murió Jesús.
El timón que ara derecho
todas estas legaciones,
contemplemos a Jesús
afligidos corazones.
[…]
Los bueyes son los judíos
los que a Cristo amarraron;
las coyundas los cordeles
con que lo tiene atado.
El surco que el gañán deja
por medio de aquel terreno
significará el camino
del buen Jesús Nazareno.
Futuro de la Semana Santa de Salamanca
“Esta Semana Santa de Salamanca que hoy contemplamos, que sentimos y
vivimos, es hija de los siglos que la auparon hasta éste“, prosiguió
Francisco Blanco, para hacer un breve recorrido histórico sobre cómo
algunas tradiciones se perdieron en el tiempo. “Sin embargo, la
religiosidad popular no es razonamiento, sino sentimiento. Es
sinceridad, autenticidad y participación, aunque distorsione el
significado profundo de la Semana Santa y prefiera la celebración
dolorida de la muerte y cuanto la precede antes que la Vida triunfal que
la culmina”, resaltó.
Entonces, se adentró en el objeto de su pregón, la Verdad, la
Resurrección. “La verdad es el horizonte en la búsqueda permanente del
ser humano y también ha de serlo para la Semana Santa salmantina y
quienes intervienen en su condominio; de manera particular las cofradías
y hermandades, a las que invito, como antes me invitaron ellas a mí, a
una reflexión profunda, serena y sin interferencias, sobre la
autenticidad, sobre la verdad de sí mismas, sobre su sentido y los fines
para los que fueron creadas y sobre la observancia de los mismos”.
Aunque Francisco Blanco también habló de renovación. “Un nuevo ciclo
para el que reclamo, desde aquí, una involución. Si es verdad que en los
orígenes de nuestra cultura, la de nuestro entorno más cercano, hubo
cimientos matriarcales, tal vez sea necesario probar una vuelta a los
orígenes, como lo hace este acto, que regresa también a su punto de
partida, hace cuarenta y seis años, en este mismo teatro”, argumentó
para defender el papel de la mujer, quien “ha venido sacando,
secularmente, las castañas del fuego”.
Y concluyó: “La verdad ha de encenderse entre nosotros como el
cocolumbrero en la maraña de la zarza del callejón oscuro. Luciérnaga
que atenúa su brillo con la piel traslúcida de la duda, la verdad
alumbrará los únicos caminos transitables para el hombre de este tiempo y
dispersará este nublado que amenaza; destruirá la opacidad de la
máscara, de la farsa y de la mentira. No hay otra vía posible. Volver a
la verdad es mi anuncio hecho plegaria, torpe cántico espiritual, canto y
llanto. Volver a la verdad es el grito sin sordina de mi pregón. Volver
a la verdad para ser libres. Volver a la verdad… y a la esperanza”.